martes, 22 de noviembre de 2011

Crítica al absolutismo moral

Siendo uno de los posibles temas para la redacción de este ensayo el de “vivir en paz”, considero oportuno tratar una de las cuestiones más relevantes a este respecto: la de la conciencia personal y los valores que la dirigen. Es la conciencia la que determina nuestro sentir hacia las acciones que llevamos a cabo, y hacia las decisiones que tomamos, independientemente de la magnitud o trascendencia de las mismas. Siendo así, es evidente que determina a su vez, y en consecuencia, el hecho de que hallemos una suerte de “paz interior”, en relación con la concordancia de nuestros actos a la moralidad que consideramos válida. El problema surge, sin embargo, al intentar establecer los valores que determinan la validez de dicha moral, en la medida en que es innegable que las diferentes personas, y las diferentes culturas, tienen una concepción igualmente diferente de lo que constituye el bien y el mal. No sería aquí el primer lugar en el que se hace referencia a una percepción de los valores morales como algo absoluto, situado por encima del Hombre, y a lo que este debe llegar mediante un adecuado uso de la razón. De esta forma, simplemente, existen unos valores que son válidos, y otros que no lo son. Este carácter de validez moral es aplicable, no solo a la moralidad individual, sino también a la social, en cuanto que las concepciones morales o culturales de una comunidad son susceptibles de alejarse de estos valores absolutos. Así, se dice que ciertas sociedades han alcanzado un grado de comprensión moral, mediante el descubrimiento de los auténticos principios, superior a otras.

Es sin embargo evidente a primera vista el problema de esta noción absoluta de los valores morales pues ¿quién está en posición de determinar cuáles forman parte de ese conjunto de principios válidos? Se responderá que esa es labor de la razón humana; que esta es capaz de esclarecerlos en la medida en que tiende a ellos. Sin embargo, es innegable que diferentes razones han llevado a diferentes conclusiones. ¿Podría entonces decirse que hay razones más desarrolladas que otras, y que llegan por tanto a soluciones más acordes con la verdad? Parece la única solución posible. Pero el peligro de esta afirmación es notoriamente manifiesto: todo aquel que posee una concepción moral lo hace con el convencimiento de que es la válida, la más adecuada de entre todas las que hay. Así, mientras tal concepción se haya formado mediante un proceso racional, estará igualmente convencido de que sus valores, como absolutos, son los únicos válidos, no solo para él, sino para el resto de la Humanidad, y en esa medida, se encontrará en posición de imponerlos. La presencia de valores absolutos pasa a ser, de esta forma, una suerte de absolutismo moral, en el que una persona puede afirmar que los principios que sostiene son los únicos por ser los propios. Siendo además los valores absolutos considerados superiores al Hombre, en la medida en que son obligatorios para este, pueden justificar su origen únicamente en un ente también superior, como puede serlo una divinidad. Parece por tanto claro que una concepción absoluta de la moral encuentra su fundamento, en último término, en las propias creencias, y son, en fin, estas creencias las que se están imponiendo como absolutas.

No pretendo con esto postular la existencia de un relativismo moral absoluto, en el que toda concepción ética es igualmente válida e inatacable. Los peligros de esta posición son también evidentes. Por el contrario, defiendo la existencia de ciertos límites para la validez de los valores. Sin embargo, soy de la opinión de que tales límites no deben fundamentarse en un absoluto moral supremo. Deben, por el contrario, emanar de la propia razón del hombre, ser creados por esta. Así, considero que existe un criterio perteneciente al intelecto humano, discernible por todos, que sirve como línea de demarcación: el de la empatía. Mientras dicho criterio sea respetado, todo valor moral goza de la necesaria legitimidad para poder ser considerado válido.

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