martes, 22 de noviembre de 2011

El Estado de Comodidad


La situación de la juventud o, al menos, de la juventud en el ámbito social común del mundo desarrollado, que es la que a efectos de este ensayo resulta de interés, puede definirse meramente por la falta de responsabilidades. Por la total falta de responsabilidades. Tal situación tiene su origen en la obtención de ciertos beneficios, que han producido a su vez una correspondiente cantidad de perjuicios; de igual importancia pero, si cabe, de mayor trascendencia, por las razones que pretendo a continuación exponer.

Es a todas luces evidente que el desarrollo de la civilización ha alcanzado un punto en el que la lucha individual por la supervivencia ha quedado relegada a una posición secundaria. No es la principal preocupación de la persona perteneciente a la sociedad en la que vivimos el esforzarse por sobrevivir hasta el siguiente día. Por el contrario, debería ser en mayor medida la de conseguir una vida más cómoda tanto para sí como para sus seres cercanos; aspiración perfectamente legítima una vez alcanzado cierto grado de desarrollo social. Es igualmente innegable que la consecución de tal estado de comodidad no puede suponer sino una ventaja para toda la comunidad: quien no necesita preocuparse por la inmediata existencia puede hacerlo por desarrollar la cultura, la ciencia, y los demás aspectos del mundo intelectual, así como por la obtención de mayores disfrutes cotidianos. Y no hay quien disfrute en mayor medida de esta ventaja que el joven, el heredero del bienestar conseguido por sus padres, una de cuyas mayores consecuencias es precisamente el permitir a la descendencia una vida despreocupada en sus inicios, bajo una costumbre de delegación de dificultades, profundamente arraigada, e incluso potenciada por la propia sociedad. Pero es en última instancia dicha sociedad la que se verá perjudicada por el sistema que ella misma ha creado. Quien no ha conocido auténticas responsabilidades en la vida no estará suficientemente preparado para asumirlas cuando aparezcan (y aparecerán); más aún, no estará siquiera dispuesto hacerlo. Suele conllevar la ausencia de dificultades además una equivalente falta de interés. Una vez acostumbrado a la despreocupación, es ciertamente complicado para el joven renunciar al ocio, y cuanto más fácil el ocio, mayor el desinterés por lo complejo. Tanto es así, que se ha llegado al punto entre la adolescencia de un rechazo sistemático hacia la cultura, hacia todo lo que pueda considerarse intelectual. La antigua posición del “rebelde” se ha convertido en la norma. Pero la rebeldía contra las responsabilidades, contra las dificultades y, en fin, contra la realidad, no es propensa a dar buenos frutos. Y no los dará para el individuo, que acabará chocando de bruces contra la vida, ni para la sociedad, que se verá seriamente perjudicada por la absoluta indolencia de aquellos que tarde o temprano conformarán su núcleo. Nos enfrentamos a una generación que, cuando deba tomar las riendas, se encontrará indefensa. Lo que en su momento fue la autorrealización de la completa independencia, amenaza ahora con convertirse en un suplicio. He aquí el sentido de lo que antes caractericé como una mayor trascendencia: mientras que los beneficios de la comodidad se agotan en el presente, sus peligros se proyectan en el futuro, trascendiendo incluso a los propios responsables, para iniciar (o continuar) un ciclo que, a menos que sea de alguna forma remediado, supondrá el inevitable declive de la sociedad y, con ella, de los propios fundamentos de complacencia en los que nos hemos mantenido durante ya demasiado tiempo.

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